Danza de dragones
Record details
- ISBN: 0307951227
- ISBN: 9780307951229
- ISBN: 9780307951229
- ISBN: 0307951227
-
Physical Description:
1130 pages : maps ; 21 cm.
print - Edition: Primera edición Vintage Español.
- Publisher: Nueva York : Vintage Español, una división de Random House, Inc., 2012.
Content descriptions
General Note: | Spanish translation of: Dance with Dragons. |
Summary, etc.: | "Después de una colosal batalla, el futuro de sol Siete Reinos pende de un hilo, acuciado por nuevas amenazas que emergen de todos los rincones y en todas direcciones. En el Este, Daenerys Targaryen, el último eslabón de la Casa Targaryen, reina con sus tres dragones sobre una ciudad construida de polvo y muerte. Pero Daenerys tiene muchos enemigos, y estos se han propuesto acabar con ella. Tyrion Lannister también se dirige hacia Daenerys mientras escapa de Poniente, donde han puesto precio a su cabeza. Sus nuevos aliados en esta huida no son los malhechores que aparentan ser, y entre ellos se encuentra aquel que podría impedir que Daenerys se haga con el control de Poniente. Mientras tanto, al Norte se halla el colosal Muro de Hielo. Allí, Jon Nieve se enfrentará a su más grande reto, con enemigos tanto dentro de la Guardia como más allá de la tenebrosa tierra de las criaturas de hielo"--Page 4 of cover. |
Language Note: | In Spanish. |
Search for related items by subject
Subject: | Lugares imaginarios Novela Dragones Novela Magia Novela Dragons Fiction Dragons Fiction Magic Fiction Imaginary places Fiction |
Genre: | Novela fantástica. Epic fiction. Fantasy fiction. Dragones -- Novela. Magia -- Novela. Spanish language materials. Epic literature. |
Search for related items by series
Available copies
- 1 of 1 copy available at Bibliomation.
Holds
- 0 current holds with 1 total copy.
Show Only Available Copies
Location | Call Number / Copy Notes | Barcode | Shelving Location | Status | Due Date |
---|---|---|---|---|---|
Silas Bronson Library - Waterbury | SPA FIC MARTIN, G (Text) | 34005146330625 | Adult Foreign Language | Available | - |
Loading...
Danza de Dragones / a Dance with Dragons
Click an element below to view details:
Excerpt
Danza de Dragones / a Dance with Dragons
ACLARACIÃN SOBRE LA CRONOLOGÃA Ha pasado mucho tiempo entre libro y libro, ya lo sé, asà que quizá se imponga recordar unas cuantas cosas. El libro que tenéis entre manos es el quinto volumen de Canción de hielo y fuego. El cuarto fue FestÃn de cuervos, pero este libro no es una continuación en el sentido tradicional, ya que la acción es simultánea. Tanto Danza como FestÃn retoman la trama inmediatamente después de los acontecimientos narrados en Tormenta de espadas, el tercer volumen de la serie. FestÃn se centra en lo que sucede en Desembarco del Rey y sus alrededores, asà como en Dorne y las Islas del Hierro, mientras que Danza nos transporta al norte, hasta el Castillo Negro, el Muro y más allá, y también al otro lado del mar Angosto, a Pentos y la bahÃa de los Esclavos, para retomar las vivencias de Tyrion Lannister, Jon Nieve, Daenerys Targaryen y todos esos personajes que echasteis de menos en el volumen anterior. Son dos libros paralelos, no consecutivos, que no se dividen por la cronologÃa, sino por la geografÃa. Aunque solo hasta cierto punto. Danza de dragones es más largo que FestÃn de cuervos y cubre un periodo mayor. En la segunda mitad de este libro veréis que reaparecen personajes de FestÃn de cuervos. Eso significa exactamente lo que significa: que la narración ha avanzado más allá del punto en que terminaba FestÃn, y los dos hilos han vuelto a unirse. A continuación llegará Vientos de invierno, donde espero que volvamos a temblar de frÃo todos juntos. George R. R. Martin Abril de 2011 PRÃLOGO La noche apestaba a hombre. El cambiapieles se detuvo al pie de un árbol y olisqueó, con el pelaje pardusco moteado de sombras. Una ráfaga del viento que soplaba entre los pinos llevó hasta él el olor del hombre, por encima de otros más sutiles que hablaban del zorro y la liebre, de la foca y el venado, incluso del lobo. SabÃa que estos también eran olores del hombre: el hedor de pieles viejas, muertas, agriadas, casi sofocado por otros más intensos: los del humo, la sangre y la putrefacción. Solo el hombre despojaba a otras bestias de su piel y usaba sus cueros y pelajes para vestirse. Los cambiapieles no temÃan al hombre como lo temÃan los lobos. El odio y el hambre se le agolparon en el vientre, y dejó escapar un gruñido grave para llamar a su hermano tuerto y a su hermana menuda y astuta. Se lanzó corriendo entre los árboles, y su manada lo siguió de cerca. Los otros también habÃan captado el olor. Mientras corrÃan, veÃa por los ojos de sus acompañantes y se divisaba a sà mismo al frente. El aliento de la manada se alzaba en bocanadas cálidas y blancas que brotaban de las alargadas fauces grises. Se les habÃa formado hielo entre los dedos, duro como la piedra, pero habÃa empezado la cacerÃa; la presa aguardaba. <>, pensó el cambiapieles. Por sà mismo, el hombre era poca cosa. Grande y fuerte, sÃ, y con buena vista, pero corto de oÃdo e insensible a los olores. El ciervo, el alce y hasta la liebre eran más veloces; el oso y el jabalÃ, más fieros. Sin embargo, en manada, los hombres eran peligrosos. Cuando estuvieron más cerca de la presa, el cambiapieles oyó el berrido de un cachorro, el crujido de la nieve caÃda la noche anterior al quebrarse bajo las torpes patas del hombre, el tableteo de las pieles duras y las largas zarpas grises que llevaban los hombres. <> A los árboles les habÃan salido dientes de hielo que los amenazaban desde las ramas desnudas. Un ojo avanzó veloz por la maleza, levantando la nieve a su paso. La manada lo siguió colina arriba, ladera abajo, hasta que ya no hubo más bosque y tuvo a los hombres ante sÃ. Uno era hembra, y el bulto envuelto en pieles al que se aferraba era su cachorro. <>, le susurró la voz. Se rugÃan entre sà como era habitual en los hombres, pero el cambiapieles olió su terror. Uno llevaba un colmillo de madera tan alto como él mismo. Se lo lanzó, pero le temblaba la mano, y el colmillo le pasó volando por encima de él. La manada cayó sobre ellos. Su hermano tuerto derribó al lanzadientes contra un ventisquero y le desgarró el cuello mientras se debatÃa. Su hermana, sigilosa, se situó tras el otro macho y lo atacó por la espalda. De esa manera solo quedaron para él la hembra y el cachorro. La hembra también tenÃa un colmillo, pequeño y de hueso, pero lo soltó en cuanto las fauces del cambiapieles se cerraron alrededor de su pierna. Cayó rodeando con ambos brazos al escandaloso cachorro. No era más que piel y huesos bajo la ropa, pero tenÃa las mamas llenas de leche. La carne más tierna era la del cachorro. El lobo guardó los trozos más sabrosos para su hermano. La nieve helada fue tiñéndose de rosa y rojo en torno a los cadáveres a medida que la manada se llenaba la barriga. A leguas de allÃ, en una choza de adobe y hierba seca sin paredes interiores, con suelo de tierra batida y techo de paja con un agujero para el humo, Varamyr se estremeció, tosió y se humedeció los labios. TenÃa los ojos enrojecidos, los labios agrietados y la garganta seca como la arena, pero el sabor de sangre y grasa le impregnaba la boca aunque su vientre hinchado pedÃa comida a gritos. <> ¿HabÃa caÃdo tan bajo como para ansiar carne humana? Casi le parecÃa oÃr la voz gruñona de Haggon: <>. <> Comer carne humana era una abominación; aparearse como lobo con otro lobo era una abominación; apoderarse del cuerpo de otra persona era la peor abominación posible. <> Pero eso habÃa sido como lobo. Nunca habÃa comido carne humana con dientes de hombre. Aun asÃ, no reprochaba a la manada el banquete que se habÃa dado. Los lobos estaban tan hambrientos como él: flacos, helados, famélicos; en cuanto a su presa... <> --Misericordioso --repitió en voz alta. TenÃa la garganta seca, pero era agradable oÃr una voz humana, aunque fuera la suya. El aire apestaba a moho y humedad; el suelo era frÃo y duro, y la hoguera proporcionaba más humo que calor. Se acercó a las llamas tanto como se atrevió, entre toses y estremecimientos. Le dolÃa el costado, allà donde se le habÃa abierto la herida. La sangre le habÃa empapado los calzones hasta la rodilla antes de secarse para formar una costra dura y pardusca. --Te he cosido como mejor he podido --le habÃa advertido Abrojo--, pero ahora tienes que reposar para que cicatrice, o se te volverán a abrir las carnes. Abrojo habÃa sido su última acompañante: una mujer de las lanzas, dura como una raÃz recrecida, llena de verrugas, de piel curtida. Los demás los habÃan ido abandonando por el camino: uno a uno se fueron quedando atrás, o se les adelantaron rumbo a sus antiguas aldeas, o hacia el Agualechosa, o a Casa Austera, o hacia una solitaria muerte en el bosque. No le importaba gran cosa qué suerte hubieran corrido. <> Pero le habÃa dado miedo. otra persona podrÃa haberse dado cuenta, y entonces se habrÃan vuelto contra él y lo habrÃan matado. Las palabras de Haggon pesaban demasiado, y dejó escapar la ocasión. HabÃan sido millares los que llegaron al bosque tras la batalla: hombres y mujeres tambaleantes, hambrientos, asustados, que huÃan de la carnicerÃa del Muro. Algunos hablaban de volver a las casas que habÃan dejado atrás y otros de preparar un segundo ataque contra la puerta, pero casi todos estaban perdidos, desorientados, sin la menor idea de adónde ir ni qué hacer. HabÃan logrado escapar de los cuervos de capa negra y de los caballeros de acero gris, pero en el bosque los acechaban enemigos mucho más implacables. Cada dÃa que pasaba dejaba más cadáveres a lo largo de los senderos. Unos morÃan de hambre; otros, de frÃo; otros sucumbÃan a la enfermedad. A algunos los mataban quienes habÃan sido sus hermanos de armas en el viaje hacia el sur con Mance Rayder, el Rey-más-allá-del-Muro. <>, se decÃan los supervivientes con desesperación. <> <> --Harma ha muerto y a Mance lo han capturado; los demás huyeron y nos abandonaron --le habÃa explicado Abrojo mientras le cosÃa la herida--. Tormund, el Llorón, Seispieles, todos esos valientes... ¿Dónde están? <> Y aun asà habÃa huido de los cuervos como un conejo aterrado. El temible lord Varamyr se habÃa acobardado, pero no estaba dispuesto a permitir que ella lo supiera, asà que le dijo a la mujer de las lanzas que se llamaba Haggon. Más tarde se preguntarÃa por qué habÃa elegido aquel nombre de entre todos los posibles. <> Un dÃa, mientras huÃan, llegó un flaco caballo blanco al galope, y su jinete les gritó que tenÃan que dirigirse hacia el Agualechosa, que el Llorón estaba organizando un grupo de guerreros para cruzar el puente de las Calaveras y tomar la Torre SombrÃa. Muchos lo siguieron; muchos más, no. Más adelante, un guerrero de gesto adusto cubierto de pieles y ámbar fue de hoguera en hoguera para instar a los supervivientes a que se dirigieran al norte y se refugiaran en el valle de los thenitas. Varamyr no llegó a saber por qué se suponÃa que el valle era un lugar seguro cuando sus propios habitantes lo habÃan abandonado, pero tuvo cientos de seguidores. otros cientos fueron en pos de la bruja de los bosques, que habÃa tenido una visión de una flota arribada para trasladar al pueblo libre hacia el sur. --¡Tenemos que buscar el mar! --habÃa gritado Madre Topo, y sus seguidores se encaminaron hacia el este. De haber tenido más fuerzas, Varamyr habrÃa ido con ellos. Pero el mar era frÃo y gris, y estaba muy lejos, y sabÃa que no vivirÃa para verlo. HabÃa estado muerto o moribundo nueve veces, y esa muerte serÃa la verdadera. <> Su propietaria habÃa muerto, con la parte trasera de la cabeza destrozada, convertida en pulpa roja y astillas de hueso, pero la capa parecÃa gruesa y cálida. Estaba nevando y Varamyr habÃa perdido la ropa en el Muro: las pieles con que se arrebujaba para dormir, las prendas interiores de lana, las botas de cuero de oveja, los guantes con forro de pelo, sus reservas de comida e hidromiel, los mechones de cabello que guardaba de las mujeres con las que se acostaba y hasta las pulseras de oro que le habÃa regalado Mance... Lo habÃa perdido todo; todo habÃa tenido que dejarlo atrás. <> Pero no habÃa resultado tan fácil escapar de la muerte. Al encontrarse en el bosque con el cadáver de la mujer, Varamyr se arrodilló para quitarle la capa y no vio al niño hasta que saltó de su escondrijo para clavarle en el costado el largo cuchillo de hueso y arrancarle la capa de las manos. --Era su madre --le explicó Abrojo más adelante, después de que el chico escapara--. Era la capa de su madre, y al ver que se la estabas robando... --Estaba muerta --replicó Varamyr. Entrecerró los ojos cuando la aguja de hueso le perforó la carne--. Le habÃan machacado la cabeza; debió ser cosa de un cuervo. --No fue ningún cuervo, fueron unos pies de cuerno, que lo vi yo. --Tiró de la aguja para cerrarle el tajo del costado--. Son unos salvajes. ¿Quién va a doblegarlos ahora? <> Los thenitas, los gigantes, los pies de cuerno, los moradores de las cuevas con sus dientes afilados, los hombres de la orilla oeste con sus carros de hueso... Todos estaban perdidos, hasta los cuervos. Tal vez aquellos cabrones de capa negra no lo supieran aún, pero morirÃan igual que los demás. El enemigo estaba cada vez más cerca. La voz rasposa de Haggon volvió a resonar en su mente: <>. Varamyr Seispieles no tardarÃa en comprobarlo personalmente. Notaba el sabor de la muerte verdadera en el humo acre que impregnaba el aire; la sentÃa en la calidez que palpaban sus dedos cuando se introducÃa una mano bajo la ropa para tocarse la herida. Además, tenÃa el frÃo dentro, un frÃo implacable que se le habÃa metido en los huesos. En esa ocasión iba a matarlo el frÃo. Su última muerte la habÃa causado el fuego. <> Al principio, confuso, creyó que un arquero del Muro le habÃa acertado con una flecha llameante, pero el fuego ya estaba en su interior, consumiéndolo desde dentro. Y el dolor... Ya habÃa muerto nueve veces. En una ocasión lo atravesó una lanza; en otra fueron los dientes de un oso en el cuello; en otra, la pérdida de sangre al dar a luz a un cachorro muerto. La primera muerte le sobrevino con solo seis años, cuando su padre le destrozó el cráneo con un hacha; pero ni aquello habÃa sido tan atroz como el fuego en las entrañas, chisporroteándole en las alas, devorándolo. Trató de huir volando, pero el pánico avivó las llamas, que ardieron con más virulencia. Un momento atrás estaba muy por encima del Muro, controlando los movimientos de los hombres del suelo con sus ojos de águila. De repente, las llamas le transformaron el corazón en cenizas ennegrecidas y le devolvieron el espÃritu a su propia piel entre aullidos. Llegó a perder la razón durante un rato. El mero recuerdo lo hacÃa estremecer. Fue entonces cuando advirtió que se habÃa apagado la hoguera. Solo quedaban unos restos carbonizados de madera con unas pocas ascuas entre las cenizas. <> Apretando los dientes para contener el dolor, se arrastró hasta el montón de ramas rotas que habÃa juntado Abrojo antes de irse a cazar y echó unos palos a las cenizas. --Prende --graznó--. Arde, ¡arde! Sopló sobre las brasas al tiempo que elevaba una plegaria muda a los dioses sin nombre del bosque, la colina y el campo. Los dioses no respondieron. Poco más tarde, el humo también desapareció. La choza estaba enfriándose por momentos. Varamyr no tenÃa yesca, pedernal ni incendaja. Le resultarÃa imposible volver a encender la hoguera. --Abrojo --llamó con la voz ronca, quebrada por el dolor--. ¡Abrojo! Era una mujer de barbilla puntiaguda y nariz aplastada, con un enorme lunar en la mejilla del que crecÃan cuatro cerdas negras. Era un rostro feo, hosco, pero en aquel momento habrÃa dado cualquier cosa por verlo asomar por la puerta de la choza. Excerpted from Danza de Dragones by George R. R. Martin All rights reserved by the original copyright owners. Excerpts are provided for display purposes only and may not be reproduced, reprinted or distributed without the written permission of the publisher.